Estamos esperando el Uber. Estoy fascinada con el recorrido y el encanto de esta hermosa ciudad, pero no puedo mas del sueño y ya me quiero ir a descansar.
Me pregunta que pienso acerca de Polonia. Le intriga la impresión que me genera el país donde nació y de la ciudad donde vive.
Le contesto que me parece muy precipitado como para responder lo que me pregunta. Llevo apenas dos días de llegada.
Cree que al ser yo de Latinoamérica, lugares como estos me parezcan aburridos. Tristes.
Entendí inmediatamente de lo que estaba hablando.
Llegue a Varsovia por motivos que, hoy me doy cuenta, no eran más que banalidades frente a todo lo que esta ciudad estaba esperando para mostrarme. De ella. De mi. De todos nosotros.
Hace unos instantes estábamos parados en la plaza principal de lo que llaman la ciudad antigua. Me parece preciosa.
Cuando me muestra esa foto en su celular del mismo lugar donde estamos parados, pero hace 60 años, un escalofrío me recorre todo el cuerpo. Es la misma plaza, pero completamente destruida por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Solo una columna en memoria del rey Segismundo III, es la que se mantiene firme y de pie, mientras todo alrededor, está hecho polvo.
Recorrer las calles de Varsovia, produce una especie de nostalgia. Como si todo ese dolor, esa angustia, esa historia se hubiese quedado impregnada en todos y cada uno de esos rincones y a hoy, no logra salir.
Hoy esta reconstruida. Rearmada. Hoy es otro tiempo, pero así y todo parece que una parte de ella quedó triste. Dolida.
Camino por esta ciudad y pienso en todas las Varsovias que albergamos dentro nuestro.
Me refiero a todas esas partes de nosotros que un día fueron destruidas por otros o por la vida misma.
Partes de nuestro cuerpo y de nuestro ser que hasta quizás no sabíamos ni que existían, hasta que no nos dolieron.
Todos contenemos en nuestro interior, heridas que aún no sanan, sin importar las semanas, los meses o los años que hayan transcurrido. Porque muchas veces, no se trata del tiempo que pase, se trata de la profundidad de esta.
¿Como no va a parecerme triste Varsovia, si es la parte de nuestras vidas que nos cuesta ver?
Si hay dolores que nos fueron heredados.
Si hay heridas, que por más de que empecemos a cicatrizar, es cuestión de tocarlas un poco y parece que volvemos a sangrar como esa primera vez.
No ha transcurrido tanto tiempo en la historia como para que deje de doler. Todavía todo parece estar a flor de piel.
Pero lo valioso de esta ciudad, lo admirable, es su fuerza.
Esa fuerza de voluntad, que ese día en el que la guerra se dio por terminada. Esa que nos contaron en esa aburrida materia de historia (aunque a mí siempre me pareció fascinante) alguien, alguno, un ser que seguramente no apareció en los libros comenzó a juntar todos esos escombros de su amada ciudad completamente destruida, de lo que fue su hogar completamente destrozado y luego otro lo ayudo, y otro y así.
¿Porque no nos hablaron de eso?
Hoy Varsovia esta reconstruida. Hoy esta plaza es otra, aun con la misma estatua apuntando hacia ADELANTE (quizás hasta ella se sienta más fuerte internamente luego de haber sido testigo de tal masacre y, aun así, seguir de pie) y la gente como yo, vamos y nos sacamos la típica foto que aparecerá en Instagram horas mas tardes con el # VARSOVIA.
Hoy sigue siendo esa fuerza de voluntad la que la caracteriza, lo que mas admiro y lo que mas destaco en esta visita.
Todos tenemos heridas que quizás no sanen nunca, no importa el tiempo que pase. Pero es más nuestra fuerza de voluntad lo que nos hace ser quien somos, que el dolor que nos haya atravesado.
Esa fuerza que a veces no sabemos ni de donde sacamos, pero que nos obliga a levantarnos de la cama, aun cuando quisiéramos quedarnos internados en ella para siempre.
Como la de ese señor que reparte esos volantes a pesar de que se le congelen las manos.
Esas chicas en ese restaurante, con esos uniformes que parecen disfraces, pero que nos llevan a lo lindo, a lo típico a recordar la historia en colores.
A ese hombre disfrazado de caballero, que me lleva a viajar por la etapa medieval en la entrada de un palacio real, en un país donde ya no hay reyes, ni reinas.
A todos esos artistas que pintan rincones de esta hermosa Varsovia y cada mañana están ahí, en el puente de esa fortaleza mostrando su arte, sin importar si es temporada baja, si llueve o si la venta el día anterior, solo alcanzó para pagar los acrílicos y el pincel.
Quiero cerrar todo esto con una frase que Nati me regalo en el primer cumpleaños de su hijo Kalen:
“ERES EL RESULTADO DEL AMOR DE MILES”
No importa que haya pasado en nuestra historia. Todos tenemos Varsovias dentro nuestro que aún continúan doliendo
Todxs. Cada uno de nosotrxs, somos sobrevivientes de batallas que no elegimos, seguramente. De algunas seremos responsables, otras simplemente nos tocaron sin que estuviéramos armadxs para enfrentarlas. Pero si aun estamos aquí. Si hoy estas leyendo esto, es porque sin importar los resultados hoy estamos de pie. Con dolores, con heridas, con Varsovias, pero estamos.
Es ese volver a caminar, despacito al principio, el que nos lleva a estar todos los días, de a poquito, a un lugar mejor en el que estábamos.
Seguramente haya fracturas que nos han sido heredadas. En Argentina, en Polonia, en Latinoamérica o en Europa, en nuestras propias vidas, en nuestras propias casas.
Todos somos el resultado de nuestra historia, aun cuando ni siquiera habíamos nacido o siquiera procreados y así y todo nos duele.
Pero, así como el dolor, también somos resultado del AMOR.
Amor de todos y cada uno de esos seres que a pesar de corazones rotos y almas destrozadas; de quedarse secos después de tantas lágrimas, decidieron levantarse y rearmarse. Reconstruir y poder darles a las generaciones que siguieron, el mundo mejor de lo que lo encontraron.
De a poquito, despacito, de a partecitas, con paciencia, con delicadeza y dulzura.
Todos y cada uno de nosotros, somos grandes héroes, pero no por nuestras Varsovias con esos dolores que aun no sanan, lo somos por todo ese AMOR, con el que empezamos a reconstruir.