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¿CONFIAMOS? - Parte I

Durante mis días en Noosa, recibí la respuesta de un voluntariado al cual había aplicado pero que en primer momento me habían dicho que hasta septiembre no tenían disponibilidad. Se había abierto una vacante y en el caso de estar interesada, el 18 de Julio me esperaban para formar parte de su equipo.

(Abro paréntesis para contarles que estoy muy feliz, ya que a partir de mañana estaré trabajando en una granja; con vacas, chanchitos, gallinas, todo eso que imaginen; y conviviendo con una familia puramente australiana hasta el 1 de agosto).

Claramente algo se había destrabado.

Por lo que decidí que ya era tiempo de dejar Noosa y aprovechar los 8 días que me restaban hasta el inicio del nuevo voluntariado, conociendo un lugar nuevo. Pero… ¿Cuál?

Mucha publicidad había escuchado en esta parte del viaje respecto a una isla llamada “Fraser”, que luego me entere en el idioma de los aborígenes de aquí significa “paraíso”.

Así que, siguiendo mis corazonadas, decidí que ese era el lugar que seguía en esta parte del viaje. Fraser Island.

A diferencia de la isla anterior en la que había estado, esta no era tan habitable. Si o si había que contratar un tour que te llevara, porque por propia cuenta, era bastante imposible recorrerla.

Revisé el mapa de Australia y vi que Hervey Bay era uno de los lugares más cercanos para acceder a esta isla. Abandone Noosa, más que agradecida por todo lo que me había enseñado y compre un boleto para este pueblito pesquero que quedaba a media hora de ferry de mi tan ansiada isla.

El micro que tome me dejo exactamente en la puerta del hostel que había contratado, el cual debo decir que me encantó desde el día que llegue. La viejita que me atendió en la recepción era amable y llena de vitalidad; el lugar parecía antiguo pero muy bien mantenido; la sala de estar tenía una pantalla gigante donde vimos un partido de rugby en unos sillones de colores que parecían de cuentos; tenía hasta un cine y la gente que conocí era de todos lados del mundo: Alemania, Francia, Suecia, Israel y hasta incluso Bosnia.

La mañana siguiente cuando me desperté me vi por un minuto en perspectiva y me di cuenta cuanto había estado cambiando en mi durante todo este tiempo que llevaba de viaje.

Me di cuenta de que estaba siendo una persona mucho más flexible de lo que era antes.

Yo, que nunca había convivido jamás con nadie, de pronto había dormido con 9 personas en el mismo espacio físico y no me molestaba para nada. Incluso, esos días que el hostel estaba lleno de niños, porque se realizaba un torneo de futbol en ese lugar, y estos lejos de estar cansados o conservando fuerzas para sus respectivos partidos, corrían por los pasillos jugando a las escondidas y ni eso me perturbaba. Tenía una paz y una tolerancia que no se si he llegado a experimentarla en otro momento de mi vida, pero hasta me divertía verlos jugar y reírse como lo hacían.

Ese día más allá de hacer mucha playa, decidí que iba a encontrar la mejor opción para el día siguiente ir a la isla. Sin embargo, lo que yo creía que estando tan cerca iba a ser mucho más económico y simple, no fue tan así.

Cuando consulto por los precios con mis compañeros del hostel, me dicen que las opciones varían de los 200 a los 520 dólares, dependiendo de la cantidad de días y los lugares que quiera conocer en la isla.

Estaba bastante espantada, ya que, con una conversión no favorable como la nuestra, se trataba de bastante dinero.

En ese momento, decidí hacer un pedido al Universo. Confiaba en que me iba a ayudar la mejor opción para poder ir a conocer Fraser Island. Había llegado hasta allí y quería conocerla sí o sí.

Llego a un primer lugar y el hombre que me atiende me da un folleto, me dice que el precio es de 300 AUD y no mucho más. Cero bola. Cero opciones.

Me cruzo a otro lugar y una señora muy amable me explica las distintas opciones y precios, pero todo sigue siendo igual (de 200 a 400 AUD) hasta incluso medio que me apura, porque en media hora va a cerrar, así que si me decidía tenía que hacerlo ya. Le digo que gracias, que voy a pensarlo y cuando me estoy yendo me pregunta:

  • ¿Dónde estas alojada?

Le digo el nombre del hostel y ella me responde:

  • ¡Tranquila! Ahí te van a saber ayudar.

Esto no esta funcionando. Si bien esta más que justificado, porque dicen que se trata de un lugar que uno no puede perderse y menos yo, que viaje por más de 4 hs en micro para ir a conocerlo, pero no me va a quedar otra que desembolsillar lo que representarían al menos 10 noches de alojamiento en lo que me resta de Australia, en solo cuestión de horas.

Me dirijo al hostel donde estoy alojada, pero antes paso por el supermercado que está al lado. Compro una chocolatada y unas galletitas, para mi merienda en la próxima media hora frente al mar viendo el atardecer. Cuando pago, atrás mío había un chico rubio, de unos 35 años aproximadamente, con unos ojos verdes muy brillantes. Me sonríe. Le devuelvo la sonrisa y me voy.

En el hostel le pregunto a la recepcionista por el encargado de los tours, me dice que está hablando por teléfono, pero que ya vuelve.

Decido esperarlo. Dicen que la tercera es la vencida.

Para mi sorpresa era el mismo chico del supermercado.

Me convida de lo que fue a comprar y comenzamos a hablar.

Me pregunta de donde soy y creo que me ama desde el momento que le digo que soy Argentina.

Me explica todos los tours, las opciones en cantidad de días, hasta dibuja micros en una libreta para explicar los tipos de transportes aptos en la isla y me ofrece un super descuento para una excursión acampando por 3 días, 2 noches en la isla con todo incluido. Incluso se ofrece a hacer un arreglo en el sistema para que no pierda la noche que ya tengo paga en el hostel para mañana. Le pregunte cuanto tiempo tenía para decidirme. La oferta era más que tentadora, por todo lo que había rebajado el precio inicial, pero bueno, se trataba ni más ni menos que de 400 AUD. Me dio una hora para que me decidiera.

Volví a hablarle al Universo. Si en mi cuenta bancaria había “x” cantidad de dinero o más, hacía la excursión. Sino… ya estaba. Descartaría la idea. Quizás para otro momento.

Entro a mi Home Banking desde el teléfono y afortunadamente, había un poco mas del dinero que esperaba encontrar por lo que me decidí a aceptar.

Cuando le digo que finalmente voy a comprarlo, me choca las manos y me hace una última oferta que me es imposible de rechazar.

- Yo voy mañana con unos amigos. La excursión es solo por el día y vamos a hacer solo una parte de la isla, pero si queres sumarte, sos más que bienvenida. Y solo te saldrá 50 AUD, porque repartiremos gastos.

- Obvioooooo - le respondo.

Ahí estaba. Nuevamente el Universo haciendo de las suyas.

Acepte al momento. Lo que había pedido se estaba materializando.

Pasamos teléfonos y coordinamos que 5,50 am de la mañana iba a estar buscándome por el hostel.

Me fui feliz a merendar y a contemplar el atardecer a la playa, agradeciendo que mis pedidos, cada vez estaban siendo mas escuchados.

Pero en un momento, mi mente comenzó a hablarme y en ese momento comencé a dudar.

¿Estaría bien?

Como decimos en mi país: “…cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía…”

Algo raro tenía que haber. No podía ser todo tan bueno y simple, así como así.

Empecé a sentirme rara. Era lo que había pedido, era lo que me estaban dando, pero… no lo conocía. Él era un completo extraño para mi y me estaba yendo con él y con sus amigos a una isla. Además, sus amigos… ¿eran solo hombres? ¿Habría otras mujeres? Y ¿si no me sentía cómoda?

Luego de unas horas, pensé que tenía que consultarlo con alguien más.

Para mi fortuna estaba Elizabeth, una chica sueca que llego el mismo día que yo al hostel. Era muy espontánea y bastante enérgica. Hiper sociable, hablaba hasta por los codos y siempre buscaba la manera de integrar a todo el que estaba a su alrededor. Me preguntó si estaba bien y le conté lo que me inquietaba. Sin duda sus palabras, eran las que tenía que escuchar.

Me conto que, en Australia, esto es de lo mas común. Incluso hay grupos de Facebook, donde nadie se conoce y la gente así y todo se organiza para ir juntos. Que, si a ella se lo hubieran propuesto, claramente también hubiera aceptado y que no había riesgos, sumado a que quien me había invitado trabajaba en el hostel, por lo que seguramente se trataba de algo mas normal de lo que yo creía.

Me sentí mucho más aliviada de escucharla, pero por las dudas le pasé a Romi, mi amiga en Argentina, todos los datos de con quien me iba y hasta el rincón de Australia donde me encontraba, por si había que llamar a Interpol en una de esas yo no le hubiese escrito en su mañana del día siguiente. Si bien el chico no tenía cara de secuestrador lunático y me inspiraba mucha confianza, por las dudas… “no estaba de más”

Dudaba, por un lado, pero otra parte de mi sabía que, si no iba, me iba a arrepentir.

Si esa puerta que había pedido abrir, ¿porque ahora quería cerrarla?

Decidí que debía confiar más en mi intuición y no en los miedos que ahora invadían mi mente. Decidí confiar en el Universo que me había escuchado y finalmente también decidí confiar en ese extraño.

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