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...desde Toledo al interior...

Actualizado: 30 jun 2021


Como inmersa en un sueño, recorrió las calles de Toledo. Ese lugar tan medieval, la llevaba a un tiempo y a una vida, no tan lejana, no tan ajena. ¿Acaso había vivido allí?

Creía en vidas pasadas y en la evolución de las almas, pero nunca había experimentado cosa semejante.

Caminaba y se sorprendía al doblar cada una de esas angostas callecitas y saber exactamente que venía después.

Se decidió a almorzar, pidiendo los platos más típicos: pinchos, sangría y unos bocadillos que no tenían desperdicio.

Se vio a si misma, en ese lugar tan lejano y estancado en el tiempo y no pudo más que sonreír y agradecer.

Desde chica había descubierto que los viajes, eran las mejores medicinas para sanar el alma.

Sentada, observando a una pareja de adolescentes caminando de la mano, riendo y aprovechando cada oportunidad para besarse, no podía dejar de pensar en sí misma y en el amor que había dejado atrás. Hubiera deseado tanto volver en el tiempo y no haberle dicho a Alejandro todas esas cosas que realmente no sentía, pero ya era tarde.

Él ya había partido a ese viaje a Sri Lanka, para hacer ese retiro espiritual en Kandy que tanto lo emocionaba en los últimos meses.

Hubiera cambiado todas y cada una de sus palabras en esa última noche que lo vio y prácticamente lo echó de su casa, creyendo que era lo mejor olvidarlo por si no volvía a verlo nunca más.

Una y otra vez resonaba en su cabeza el “porque”. ¿Porque había hecho eso? Había aprendido tanto al lado de ese hombre, había comprendido por fin que el amor era una fuerza y una energía libre y que lo peor que podía hacer era retenerlo, ser egoísta, querer poseerlo. Pero todo lo aprendido quedó en el olvido. Hoy no sentía más que angustia y tristeza en su ser.

Quizás por eso elegía hoy un lugar como ese. Toledo era la muestra de que, si bien no se puede volver al pasado, esa ciudad era un viaje a través del tiempo sin salir del momento presente.

No hay que arrepentirse de lo hecho, por algo se dio y se hizo así. Pero que tan distintas hubiera hecho las cosas. Hubiera dicho menos palabras y dado más besos y abrazos.

Ahora él había partido para ese lugar tan lejano, sin dejar huella ni rastro, como si se lo hubiera tragado la tierra, como si nunca hubiese existido. Pero Dios nos dio memoria y cada lagrima que hoy rodaba por su mejilla era la mayor evidencia de que había estado en su vida, había dejado una huella y había desaparecido como humo en el aire.

Ver desde arriba esos extensos campos, recorrer esas callecitas tan angostas, puentes y castillos la llevaron a pensar en las guerras por religión, en las vidas de reyes y princesas con historias de amor y desencuentro de las que esa ciudad había sido testigo.

Caminaba entre serena y llena de asombro, cuando pasó por una arcada y fue ahí cuando comprendió absolutamente todo. Como un túnel del tiempo, hacia su historia, comprendió todo aquello que su alma tenía para decirle.

Si bien ella sentía que su corazón estaba destrozado, no había mejor lugar para sanarlo que ése. Estaba donde tenía que estar.

Toledo había sobrevivido a todos esos siglos de enfrentamientos entre musulmanes, judíos y católicos y hoy, entre ruinas y murallas, daba fiel testimonio de que la historia es lo que nos hace ser quien somos. No importan los años que transcurran, no podemos negar lo que vivimos. Cada rincón lleva a un recuerdo, a un momento, a una anécdota.

Nadie más que sus habitantes y cada pedazo de tierra, sabían de toda la sangre derramada, el sudor, las lágrimas, las risas y las fiestas que en ese suelo transcurrió.

Fue ahí cuando se sintió pequeña y tan inmensa a la vez.

Su corta o larga vida, dependiendo de cómo se lo mire, no había sido tan ruidosa y misteriosa; alegre y melancólica como la capital de la Comunidad Autónoma de Castilla, sin embargo cada minuto de su existencia, había valido la pena. Recordó cada ser que amó, desde su familia, sus amigos, cada amor que formó parte de su historia y hoy la convertían en la mujer que era. Agradeció cada momento que pasó con Alejandro, desde que lo conoció hasta ese día. Cada sonrisa cómplice, cada mirada tímida, cada caricia de pelo,

cada beso. Cada mañana, tarde, noche que pasó a su lado y cada instante en que se vio a sí misma, transformada por el amor de ese hombre, queriendo ser mejor persona aun.

Salió de la arcada, el sol le pegó en la cara con una luz que la encegueció, obligándola a cerrar sus ojos. Al abrirlos, se le llenaron de lágrimas, de la emoción que sentía por su propia vida, por su propia existencia, por todo el amor que alguien puede albergar dentro de sí, siendo una fuente inagotable que en vez de perderse, se multiplica a medida que damos más y más.

Los colores ahora eran más brillantes, el aire más fresco y puro.

Su sonrisa, imborrable.

Había amado y había soltado. No importa que tan lejos se haya ido en una parte de su ser, no importa que tan adentro se había albergado esa historia de amor tan linda, que nadie podía borrar ya. Porque su cuerpo, sus células y sus huesos ya lo habían guardado dentro de sí.

No se puede borrar la historia y es bueno que así sea. Solo cuando logramos ir al pasado y recordar con amor, podremos entender que todo sucedió perfectamente como tenía que ser. Que cada momento de nuestras vidas, es impecable tal cual sucede y que pensar en el "que hubiera sido", no es más que una pérdida incesante de energía que nos lleva a miles de posibilidades distintas, pero que ninguna de ellas es real.

Hasta del peor de nuestros errores, salen las mejores cosas, como este viaje lo había sido para ella. Como lo es Toledo hoy para cada visitante que recorre esta ciudad, embelesado por su belleza, así tal cual es, con toda su historia dentro de esas murallas.

Por primera vez entendió que no se trataba de alejarse por miles de kilómetros en el mapa, el verdadero viaje estaba adentro suyo.

No se trataba de ir un millón de vidas para atrás: era en esta vida y en este tiempo donde habitan todos esos rinconcitos de mundo que guardamos donde fuimos felices. Donde viven sueños desde que somos pequeños, instantes de felicidad por las cosas más pequeñas y sencillas de cada día, lágrimas por amores que no fueron, suspiros por aquellos que extrañamos. También risas y sonrisas, abrazos con los que ganamos un día más de vida. Todo eso y más, grabado en cada parte de nuestro cuerpo, hasta la profundidad de los huesos. No hay viaje como el de la propia historia, ni momento más sagrado que el AHORA.

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